Muchas jornadas, muchas lunas y muchos soles contando historias. Ellas me han llevado a pueblos chiquitos y a grandes ciudades. A parajes apartados y lugares frecuentados. En estos más de treinta años que llevo contando cuentos, he conocido gentes de aquí y allá, y aún me sigue sorprendiendo el inexplicale misterio que envuelve la narración de historias.
Adentrándome en la absorta mirada de niños, jóvenes y adultos, he llegado a adivinar el secreto de su poder. He percibido que contar cuentos no es transportar a mundos ajenos. Muy al contrario, el acto de narrar supone sumergirse en los remotos espacios de uno mismo. En cada paisaje, cada sobresalto, cada sucedido, vamos sorteando nuestros propios miedos, nuestras inquietudes y nuestras seguridades. Los cuentos nos cuentan.
Aún más. En los cuentos hallamos esa ESCUCHA INCONDICIONAL que anhelamos en cada acto cotidiano. El que cuenta y los que escuchan toman en sus manos las emociones y los actos de cada personaje. Con ellos se zambullen en «la bañera» de los propios conflictos, hasta que al fin se produce el cambio. Porque nadie vuelve a ser el mismo después de escuchar un cuento que haya «dialogado» profundamente con el yo vulnerable que guardamos.
Ello ocurre si el cuento ha sido contado con AUTENTICIDAD. Hace muchos años, cuando nos visitó en el Aula de Teatro de la Universidad Autónoma de Madrid, Dario Fo nos dijo: «si te subes a un escenario y no eres TÚ, con tus emociones, tus miedos y tus valentías, no eres más que un mal farsante».
Siempre he guardado esta frase como consigna. Creo que resume magistralmente (Dario era un gran maestro) la relación del Counsilling con la escena. Pues contar historias sobre un escenario, ya sea narrándolas o interpretando un personaje de un drama, abre las compuertas de la empatía, nos libera de juicios y nos permite llegar a ese centro intangible de nosotros mismos.
Esa es la Hoja de Ruta que trazamos en cada taller.
Porque, como dijo Gabriel Janer Manila, «el ser humano está hecho de historias».
Y necesita contarlas.
AGCG