Todo este escándalo de las fortunas ocultas en paraísos fiscales ponen al descubierto lo que realmente eran quienes depositaron su valía en lo que tenían y no en lo que eran. Las cuentas secretas terminan contando lo que una tiene, al igual que los cuentos terminan revelando lo que una realmente es. Que no es lo mismo, aunque algunos piensen lo contrario.
Por eso somos tan «cicateros» a la hora de narrar. Durante los talleres que estoy impartiendo a maestros en el CTIF de Madrid, vamos abriendo con cautela esos depósitos a fondo perdido que custodian nuestros sentimientos.
Para llegar a contar como quisiéramos, es necesario permitirnos «sacar la chequera» de nuestras emociones. El cuento que mostraremos con nuestras palabras y nuestro gesto, no es sino el fruto de lo que atesoramos en el interior de la historia. Nuestro propio reflejo en el espejo de sus personajes y sus circunstancias. Dar paso a que tanta «información» salga a la luz es arriesgado. Sin embargo, guardar tanta riqueza en esos «paraísos fiscales» del alma, puede terminar estallando o pudríendose en el corazón.
Escondemos afanosamente esos momentos en que nos sentimos pequeños, indefensos, o gigantes, princesas o dragones; no vaya a ser que si dejamos al descubierto lo que realmente somos, apreciemos cuán vulnerables podemos ser.
Nos asusta mostrar lo que escondemos tras las cajas fuertes de la buena imagen y la eficiencia. Pero aportarían tanta riqueza a nuestras vidas si desplegáramos la energía que guardan…
En los talleres de Acompañacuentos, nos preguntamos: «¿Merece la pena tanto desvelo en esquivar los «impuestos del qué-dirán» de nuestras verdaderas emociones? ¿No es mejor compartirlo y construirnos entre todos?
Los cuentos son una excelente «declaración de esa Hacienda» que sí somos todos, porque entre todos construimos ese inconsciente colectivo del que hablara Jung, que configuramos y nos configura.
De todos modos, tarde o temprano nos vamos a encontrar con nuestros particulares «Papeles de Panamá» que descubran al mundo lo que guardamos en el alma.
Más vale entonces dejar de «hacer cuentas» y ponernos a la tarea de «hacer cuentos» a los que nos rodean. Los réditos de esa transacción de emociones son inconmensurables. Os lo aseguro.